LA SOBREVIVENCIA DEL
PLANETA
Todo
lo que somos, de una u otra manera, viene del planeta, desde la médula de los
huesos, hasta la piel y más allá; incluso lo que sentimos y pensamos, lo
hacemos con el planeta como punto de partida.
Además de ello, si no existiera la posibilidad de la vida sobre el
planeta, como seres humanos, parece que no podríamos vivir en otra parte. Junto con la vida orgánica del planeta hemos
emergido como especie, y durante milenios hemos cohabitado con las otras formas
de vida, perteneciendo a un organismo completo y vivo que es la Tierra, de la
cual apenas somos una de sus manifestaciones de vitalidad. Desde milenios, y quizá durante millones de
años, nos hemos bastado con el planeta para vivir: nuestro alimento, nuestras
viviendas han sido originados en el planeta; hasta enamorarnos ha sido posible
en cuanto existimos aquí, y aquí compartimos amorosamente con alguien la
maravillosa experiencia de estar vivos.
A pesar de parecer todos estos conceptos tan fáciles de entender, el salvar
a la Tierra de la muerte orgánica no será tarea fácil. Habrá que despejar de su camino todo aquello
que le impida seguir su transcurrir por el espacio, llena vida, como lo ha
venido haciendo desde hace millones de años.
Hay
que quitar del camino de los tiempos aquello que ha roto la capa de ozono (la
capa de la atmósfera que nos protege de rayos mortales del sol), también hay
que limpiar lo que ha venido convirtiendo a la selva en desierto, lo que
envenena el aire, lo que está matando miles de ríos, lo que está haciendo
desparecer una especie de planta o animal cada doce minutos, lo que ha hecho
esterilizar grandes cantidades de tierra, lo que hace que haya radiación
atómica sin control, quemando y produciendo deformaciones en los seres vivos. Necesitamos mucha sabiduría para encontrar
soluciones, mucha pasión para no desfallecer, mucho valor para no acobardarnos
ante los poderosos que nos quieran impedir nuestra labor, es decir, necesitamos
mucha vida para salvar a la vida.
Cuando
la revolución industrial fue llenando de humeantes chimeneas, nadie pensaba que
esto constituyera algún problema para el medio ambiente, se consideraba que el
aire era prácticamente infinito para recibir cualquier descarga de gases
tóxicos sin que ello afectara a nadie. Sin embargo, los árboles que transformaban el
gas carbónico en oxígeno, fueron talados para dar paso a amplias avenidas o a
grandes cubos de concreto para vivienda, o simplemente más fabricas. Con el crecimiento de las ciudades, la
tecnología y la industria, la atmósfera fue recibiendo miles de toneladas de
materiales tóxicos a los que la Tierra no estaba “diseñada” para asimilar, el
resultado de tal situación: El humo no dejaba salir con la libertad normal a
los rayos solares que debían “rebotar” sobre la superficie del planeta,
consecuencia: el aumento de temperatura de todo el planeta. Las lluvias, acostumbradas a componerse de
agua que se purificaba en las alturas, empezaron a contaminarse antes de caer
en las grandes ciudades; el ciclo del agua ya no podía ser tan vitalizante como
siempre, de pronto los humanos empezaron a notar mayor frecuencia en la caída
del cabello, enfermedades en la piel y afecciones respiratorias.
Al
igual que con el aire los desechos que iban a parar a las aguas, no originaban
la preocupación de nadie: los ríos, ricos en vegetales y el gigantesco mar,
eran tan capaces de limpiar y limpiar … sin embargo, la mayoría de ríos que no
se secaron por la deforestación, fueron recibiendo materiales no degradables,
sustancias químicas –como los detergentes- que acababan con fauna y flora
acuáticos, desechos industriales con novedosos componentes, que no sólo ha
enfermado a los bellos pececitos de los ríos y mares, sino también ha producido
en los humanos enfermedades digestivas, ha contaminado los cultivos, y en los
países pobres, la mortal diarrea ha cortado el camino de miles de niños.
La
tierra no podía ser excepción. Un
sistema productivo que requiere de un desaforado consumo, ingenia con su gran
ciencia, tecnologías para sobrexplotar la tierra: abonos químicos, y pesticidas
alcanzan a llegar en cierto porcentaje a las bocas de los humanos en su
acostumbrado ejercicio de alimentarse.
Como si fuera poco, la tala indiscriminada de bosques, ha variado la
relación de especies, que sin su hábitat, pasan a existir a otros tiempos
invisibles para la época que los desterró.
Además, cuando los hombres con su sabia ciencia han querido dirimir
contradicciones haciendo uso de la violencia, ha dejado enormes extensiones de
tierra quemada por ácidos de difícil descomposición. También el hambre, traída por los cada vez
más graves problemas socioeconómicos, ha empujado a muchos humanos a arrojarse
a la explotación irracional de delicadísimos ecosistemas –como la selva-
haciéndose en pocos años, unos “eficientes fabricantes de desiertos”; desiertos
que rápidamente carcomen los suelos en los países tropicales.
Si
allí parara la situación, habría suficiente motivo para preocuparse. Sin embargo, hay problemas que amenazan con
agravar aun más la situación: la producción moderna, fundamentalmente
incompleta (por cuanto genera desperdicios “que no caben en ninguna parte”) ha
creado toneladas y toneladas de basura no reciclables, que hoy constituye un
motivo de preocupación para todos. Como
los países industrializados no saben que hacer con sus basuras para no afectar
seriamente a la salud de sus pueblos, la están “exportando” a los países pobres
a cambio de “algunos dólares”; ello es más grave cuando los residuos son
nucleares, y algunos tardan más de diez mil años en dejar de ser peligrosos.
En
junio de 1992, se hace en Río de Janeiro (Brasil) la primera cumbre mundial
para tratar el problema ecológico, asistiendo a ella más de cien presidentes
del mundo; sin embargo, a pesar de ser la ONU la convocante al evento, se
presentaron contradicciones serias entre países “pobres” (ricos en recursos
naturales) y países ricos (pobres en riqueza biológica) ya que el factor
económico fue el que determinó los acuerdos.
El presidente de Estados Unidos, George Bush dijo no estar dispuesto a
apoyar nada referente a lo ecológico que fuera contra los intereses económicos
de su país (Estados Unidos es el país más contaminante de la atmósfera). Es de notar, que la cumbre de Rio hubiese
sido más productiva tratando a profundidad las causas del desequilibrio. El “apoyo” económico para que se desarrollen
“los países pobres”, es una solución relativa: en esos países, el desarrollo
fácilmente se traduce en industrialización masiva –de industrias extranjeras- y
el consecuente agravamiento del problema.
Sólo se llegarán a encontrar verdaderas alternativas para la
subsistencia, cuando sea entendido que la Tierra no es una “despensa” (además
agotable) de la que se puedan desgarrar sus entrañas desmedidamente, sino el
origen de todos los que estamos vivos.
Cuando la producción deje de basarse en el afán consumista que produce
una ceguera por el dinero, sordera por la riqueza, y nos lleve a la especie a
un suicidio por el “confort”. Las
soluciones aparecerán cuando la ciencia y la tecnología sean competentes para
producir “bienes de consumo” sin dejar a su paso desperdicios mortales. Por último, será cuando el conocimiento sobre
el átomo y sus poderes no sean utilizados con fines impositivos de dominación;
ni siquiera que exista una industria dedicada a tales fines, sino están en
capacidad de volver inocuo aquello sobrante de su “brillante” manera de manejar
la energía.
Bibliografía:
EDITORIAL
VOLUNTAD S.A., Ciencias Sociales Integradas 9, 2ª edición, Bogotá, páginas: 270-274; 1993.
Actividades:
Con
base en la información del texto, responder:
1.
¿Qué
consecuencias puede traer el recalentamiento de la Tierra?
2.
¿Habrá
manera de producir alimentos sin sobrexplotar la tierra? ¿Por qué?
3.
¿Cómo
podrían los países pobres, hacerle frente a la amenaza del desastre ecológico,
ante el relativo compromiso de los países altamente industrializados?